viernes, 22 de abril de 2011

Sarmiento.-



Sarmiento era encargado de escuela. Casualmente, de la "Escuela Modelo Sarmiento". Nació en el barrio de Flores, en el hospital Álvarez, y a sus dos días de vida fue trasladado junto a su madre al antiguo edificio de paredes manchadas y olor a humedad que obraría de casa hasta el día de nuestro relato. Creció entre recreos bulliciosos y fines de semana silenciosos, entre mate cocido con leche y galletitas Manón. Su madre, la antigua encargada, lo consintió en la medida justa para que, de adulto, fuese una persona responsable y feliz, y aún mas adulto, se hiciese cargo de la portería, y con ello, de la alegría de la escuela.
Esa tarde fría de invierno, en pleno receso vacacional, estaba secando el patio de agua de lluvia. La tormenta de la noche anterior había dejado las antiguas baldosas embebidas en agua de nubes. Fue entonces que lo oyó: un leve chistido, ocasionalmente interrumpido; un ronroneante murmullo. Una cigarra urbana cantando en pleno cemento, un ensordecedor y a la vez casi imperceptible sonido.
Sarmiento, trapo en mano, se detuvo. Quiso identificar la fuente de ese enervante ruido. Comenzó su búsqueda entre las plantas del patio, siguió por los pupitres, las rendijas de puertas y ventanas, luego los libros de la biblioteca, el esqueleto del laboratorio, los mapas de la mapoteca, la juntura de los verdes azulejos de los baños y de los marrones tablones de madera del escenario, el telón grueso y colorado, y finalmente el escritorio de la directora. Pasó, en principio, minutos, que se convirtieron en horas y días de dos largas semanas. Por momentos el ronroneo cesaba, pero volvía más tarde para aturdirlo nuevamente. No podía dormir en las noches ni tomar mates en las mañanas. Sarmiento dedicó todo su tiempo a encontrar el por qué de ese desesperante ruido.
Una noche, rendido, fue a su cuarto, dispuesto a vencerse en su cama. Prendió la luz, presionando velozmente el interruptor, y oyó, más fuerte que nunca, el ensordecedor sonido, seguido de un eterno silencio, y luego la oscuridad.
Fue entonces que Sarmiento lo entendió: esa insistente cigarra, ese eco, ese murmullo, no era más que el foco de su habitación. Lo había perseguido por tanto tiempo.

*

Cuentan en Flores de un encargado con nombre de prócer que mantiene su escuela en penumbras. Los niños le temen, pero también lo adoran. Sus ojos, muestran paz.-

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